Eligió el lugar de mi herida. Hundió la seguridad de su luz en mis sueños. Tal vez, se encontró con su minuto profundo que me obstruía la salida del alma. Puso entonces su rostro contra el sonido de una soledad que, encerrada, parpadeaba en mi piel.
El viento entraba. E inquietaba nuestros amores de papel.
El viento entraba. E inquietaba nuestros amores de papel.