Ella escondía su amor al interior de los limones. Cada una de las emociones tenía un eco que hacía vibrar al limonero. Un olor a limón se desprendía desde el árbol. Se transfiguraba en una joya de escarcha. Era él, su hombre, que salía desde su alma a morir de deseo.
Algunos, incluso, aseguran haberla visto enterrar orbitas de limonada en los orgasmos más fuertes que le brotaban por los labios.