Sus latidos llevaban un tajo por donde afloraban pastizales rubios. Desde sus raíces, se acariciaban naciones de palabras entre sí. Ella las cuidaba como a hijas que él amontonaba para su corazón.
Un alma, pequeña y dulce, metía entonces la cabeza en el pecho del poeta.
Había polvo en el tiempo que los separaba...
Había migas para el nacer y morir en un "te quiero"...
Él, sólo sacaba los versos que ella encerraba en su largo rio.