miércoles, 27 de junio de 2012

EL VIENTRE QUE NUNCA SE CANSABA DE MIRAR EL BRILLO ALUNADO DE LA EYACULACIÓN EN SU ESCALOFRÍO.

Él tenía su sonrisa en la boca. Ella empezaba en su beso. La saliva era la última prenda íntima.
- Pregúntame quién era y dime cuando te fuiste...
El sol miró entonces por la ventana y unas cáscaras de naranja cayeron sobre los hombros.
Así transcurieron doce años.
Y el amor, tan hembra, había huído del alma construyendo un nido de hilos para ambos ombligos.