DEL CRISTAL QUE SE TENDÍA SOBRE EL AMOR Y LE CRECÍAN CABELLOS CADA VEZ QUE SE ABRÍA LA PUERTA DE CASA.
Eran dos pechos de papel. Y un gemido adolescente. Nunca creció mientras vivió detrás de ambos senos. Llevaba siempre un espejo al hombro. Y lo colocaba, cada noche, de manera que el faro del nimbo lo alumbrase. Entonces, un pensamiento aparecía cosiendo: era ella misma, que pensaba en él.