ELLA Y ÉL SE COBIJABAN EN EL SONIDO QUE HACIA SU SONRISA ENTRE LAS MANOS.
En sus ojos entornados se percibían dos pequeñas olas. Ambos asistíamos al entierro de una hoja seca que se deslizaba por su pupila izquierda. Ella me abrazaba, y un sol nacía entonces desde su córnea. Después partíamos a caminar de la mano dentro de iris del ojo derecho. Allí, una niña nos recibía cada tarde. Y Nos cubría con las voces que caían húmedas desde nuestro amor.