Un seno desciendió de la luna. Se fue cayendo como una reliquia por un hueco de niebla fresca. Buscaba mi sexo y se agitaba.
En una tarde en llamas, sin tocarme ni verme siquiera, su pezón llegó frente a mi vientre desnudo. Las caderas soltaron entonces sus duendes giratorios. Buscaban la calle sin salida de un huevo lleno de ovarios y fantasmas. Y ese día, se llovió de olvido la respiración que nunca te vió.