lunes, 29 de abril de 2013

EL COLOR ROJO DE LOS SONIDOS QUE SE ABRAZABAN AL SUELO Y LE DABAN CALOR PARA QUE NO HICIERA FRÍO EN LOS ESPACIOS GASTADOS QUE NOS SEPARABAN.

Se levantó con mi nombre en la mano. La noche se había hundido, pero ella había calculado todo. Se arrancó el delirio y me mostró su resplandor. Seguidamente, abrió un huevo de su tristeza y sacó de él, al tiempo. Dentro, la vida se estremecía con locura. El amor asomó entonces el rostro. Algo cantaba sujeto a tenazas. Una niña corría alrededor. 
- Enrique, de ti mismo a ti mismo, hay un olor a alma que soy yo...
Y un roce con eco entró dentro de mí. Eras tú, contorsionada en su centro.