lunes, 20 de mayo de 2013

EL CUERPO QUE ASESINÓ A LA MUERTE Y LUEGO PIDIÓ ENTRAR EN LA MEMORIA DE UNA CHISPA DE AIRE QUE SE DORMÍA SIEMPRE BAJO EL MAR A LA VELOCIDAD DE LA ALEGRÍA.

Tu átomo nacía como una ínfima estrella. Y se me enterraba, cada vez que lo descargabas con tu voz. Salía por tus labios como si fuese un niño de ojos cerrados. Envuelto, se ponía muy dulce en la cárcel de mi boca. Cerraba sus piernas para no enrollarse a mi sexo. Pero cada mañana, mi saliva despertaba, gastada con eléctrica hermosura.
Y tomaba tu beso. Y lo metía en su magia.
Lo transformaba. 
Era como una pildorita en un joyero para mundos rotos.